Si lo llego a encontrar, vendrás conmigo

Visitar un inmueble antiguo para realizar una valoración de mercado, a veces puede convertirse en un momento anecdótico, por no decir memorable para un agente inmobiliario, más aún cuando ocurre algo diferente a lo habitual en nuestro día a día.

Cierto es que abrirse paso a través en habitaciones abarrotadas de muebles, cajas y otras muchas cosas allí guardadas, apiladas en altura rozando los techos y durante décadas olvidadas, además del riesgo de caídas que pueda generar por aterrizar involuntariamente sobre la crisma de uno, también nos contagia de una dosis de nostalgia, polvo y alguna que otra telaraña. Los agentes nos hemos acostumbrado a que estas tomas de contacto sean así en muchos casos cuando visitamos “antigüedades” urbanas, necesarias siempre para determinar el estado físico aparente, realizar alguna medición y comprobación posterior en otra zona más segura.

Como acostumbraban muchos de nuestros antepasados, guardaban cosas y más cosas simplemente por si algún día fueran necesarias de nuevo, evitando tirar cosas que con el paso del tiempo pudiera ser necesario volver a comprar. Ese “guardar por si acaso”en este caso ocasionó que la superficie y el volumen de aquella casa de pueblo deshabitada que nosotros visitamos, sufriera cierta asfixia. Era la cultura del guardar, del ahorro, la de una economía doméstica proteccionista y preventiva, la de nuestros mayores. Hoy los rastros están llenos de testigos de nuestra historia, supervivientes de la polilla, la carcoma y del óxido.

En ocasiones nuestra mirada pasa un lugar y se detiene allí donde los ojos dicen basta, vemos algo que nos resulta familiar, apartamos cosas y más cosas para cerciorarnos de que se trata nuestro descubrimiento. Es lo que nos ocurrió al transitar por aquella selva de cosas en perpetuo “stand by”, encontramos un tesoro de la industria, de la industria de Pedreguer, un testigo de la revolución del hogar. 

Con las debidas precauciones, separamos poco a poco el tesoro descubierto de las demás cosas sin interés que lo rodeaban. Hay que hacer uso de la linterna del móvil, bendita sea, en estas casas abundan también las bombillas fundidas y por tanto la oscuridad. Dejemos a ratones y otras especies en libertad para otro día. 

Es lo que nos ocurrió al entrar en aquel trastero. Sólo merecía la pena salvar una cosa, esa que había sobrevivido con sobrada  dignidad física a la condena que se le impuso por dejarla allí,  en un ambiente húmedo, oscuro y lleno de  de polvo, con el ataque continuo del paso del tiempo que intentaba sin éxito consumirlo. No entendemos como, pero en ese momento y a pesar de no tener relación alguna, en nuestra mente se escuchaba perfectamente una canción de Manolo Escobar que nos arrancó una sonrisa y cuya letra ha servido para darle título a este artículo de nuestro blog de InmoXara. 

Nadie pudo con él, sigue con nosotros, aunque menos joven. Lo hemos salvado y su destino ha cambiado a mejor. Hemos sido su familia de acogida por unos días, y ahora ese objeto preciado ha vuelto a casa por Navidad, aunque sin turrón. El carro ya está en su casa, ya está en ROLSER, donde nació.

Pensamos que era nuestra obligación y responsabilidad recuperarlo, así lo propusimos a las propietarias nada más verlo, quienes coincidieron con que su destino solo podía ser ese.

Recientemente lo  entregamos personalmente en la sede y fábrica de Rolser en Pedreguer,  a su director general Vicente Server, quien nos recibió y atendió de forma inmejorable. Según nos indican nuestras fuentes, al parecer ahora este carro pasará por unas sesiones de spa, masaje, mascarilla facial y una dosis de cariño para volver a ser lo que fue. Si hubieras sido tú el agente inmobiliario, ¿qué habrías hecho?

 

 

 

 

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